Antonio Lauro: el diálogo universal de la guitarra venezolana

Por una extraña razón que aún no atino a comprender, Venezuela es uno de los países que más tarda en reconocer a sus artistas o escritores, ya sean éstos músicos o cineastas, pintores o actores, bailarines o arquitectos. Desentrañar estas causas engendraría quizá un análisis psicológico o sociológico que pudiera arrojar conclusiones culturales o históricas; lo cierto es que en nuestro país ha sido tremendamente lento el proceso de asimilación cultural de nuestros grandes valores por parte de lo que llamaríamos genéricamente "público" cuando designamos a una gran masa que aplaude o reitera preferencias sobre lo que ve, oye o lee en los medios o en los escenarios masivos.

Siendo la música el género preferido de los espectadores, ésta se encuentra diluida en un océano de ofertas mediáticas donde la televisión, los videos y los nuevos formatos (you tube, tik tok, etc.) pueden imponerse cuantitativamente desde las redes, aunque ello no signifique un valor cualitativo; hoy por hoy vivimos inmersos en una mezcolanza de géneros impuestos por los medios, apuntando hacia una expresión de sonidos amorfa, producida por medios artificiales, donde expresiones importantes como la música clásica y los legados populares se tornan irreconocibles cuando se intentan valorar en cuanto a significaciones anímicas sopesadas en función de su legado tradicional o popular, al constatar en la actualidad que se trata de expresiones espurias, degradadas musicalmente, para favorecer lo comercial. La música venezolana ha sido víctima del impacto nefasto de estas manifestaciones simplificadas y triviales de lo popular, lo cual ha desplazado al gusto por nuestras grandes composiciones y autores como Teresa Carreño , Antonio Estévez, Vicente Emilio Sojo, Luis Felipe Ramón y Rivera, Laudelino Mejías, Ángel Sauce, Raúl Borges, Antonio Carrillo, Antonio Lauro y nombres posteriores como Simón Díaz, Aldemaro Romero, Otilio Galíndez, Henry Martínez y tantos otros en el siglo XX, aún perviven en el siglo XXI nadando en contra de un flujo de expresiones lamentables de la industria de las grabaciones.

Sin duda alguna, en la vida y obra de Antonio Lauro (1917-1986) se entretejieron elementos extraordinarios de diversos orígenes musicales, para brindarnos una de las obras eximias de nuestro país y del continente. Sin embargo, éste músico no ha obtenido a mi entender un suficiente reconocimiento ni dentro de las instituciones culturales ni fuera del país, aún en espera de una valoración más completa. Apenas fijaremos aquí algunos aspectos resaltantes de esta obra, donde se encuentra compendiada buena parte de la sensibilidad venezolana, siendo la música vehículo transmisor de significativos registros estéticos en lo estrictamente artístico, y a la vez de singulares cadencias del alma venezolana.

Lauro, nacido en Ciudad Bolívar en 1917, de padres italianos de Calabria, Antonio y Armida, se desplazan con su hijo un buen día, y con mucho esfuerzo, desde Ciudad Bolívar a Caracas, en busca de otro ambiente para la educación de sus hijos; al joven Antonio le habían advertido cualidades innatas para la música; en efecto, al apenas llegar a la ciudad capital, el adolescente Antonio ya comenzaba a rasguear la guitarra con suprema sensibilidad y a componer pequeñas piezas, como una de ellas dedicada a su madre, "Armida", mientras que su padre también interpretaba la guitarra y el bombardino en una banda; don Antonio falleció cuando su hijo era apenas un niño. Con apenas cinco años ya había recibido instrucción básica en su ciudad natal, en el Colegio Corazón de Jesús y en el Liceo Guayana. En Caracas vive un tiempo en casa de sus abuelos maternos; en aquella época se dice que el adolescente Antonio mostró interés en tocar algún instrumento, a la vez que rechazaba la enseñanza formal básica. Antes de cumplir los diez años, ingresaba a la Academia de Música y Declamación, la cual después se convertiría en la Escuela de Música "José Ángel Lamas". Ahí se produciría el encuentro con una verdadera pléyade de músicos como Juan Bautista Plaza, Vicente Emilio Sojo, Salvador Llamozas y Raúl Borges. De ellos obtendría las clases de composición, de Sojo; de guitarra de parte de Raúl Borges –quien fundó la primera cátedra venezolana de este instrumento—; mientras de Llamozas obtuvo clases de piano y de Juan Bautista Plaza de historia de la música; conocimientos que asimiló con la mayor fluidez.

Pero estas clases eran costosas, y debían sufragarse con dinero contante y sonante, por lo cual el joven Lauro no vaciló en trabajar como guitarrista acompañante en la radio Broadcasting Caracas como acompañante de cantantes aficionados, y así se fue poniendo en contacto con la gente, hasta formar parte del conocido Orfeón Lamas. Todo esto ocurrió durante la década de los años 30 del siglo veinte. También en esos años Antonio conoce a varios músicos con quienes conforma un grupo que sería relevante en sus inicios: Los Cantores del Trópico, conformado además de Lauro por José Antonio Pérez Díaz (guitarrista y barítono), Eduardo Serrano, Marco Tulio Maristany (tenor); Lauro toca allí la guitarra y realiza los arreglos musicales. El grupo se propone llevar a cabo una vindicación de la música venezolana en el sentido de hacer ver sus raíces populares, produciendo grabaciones que llenaron toda una época en nuestra música, con piezas como el pregón "Naranjas de Valencia" (con letra del poeta Julio Morales Lara), "Serenata" de Pérez Díaz, "Tu mirar", valse interpretado por el tenor Marco Tulio Maristany, y otros temas como "Deseo" (canción), "La vaca lechera" (copla llanera), "Negra, la quiero" (merengue), "Barlovento" (célebre merengue de Eduardo Serrano). En esta importante grabación los arreglos de Lauro definirían para siempre algunos de los rasgos dominantes de su estilo, mediante la asimilación de elementos nacionales, armonías del impresionismo musical y recursos politonales modulantes, sobre escrituras tonales de una personalidad musical inédita hasta ese momento. También se aprecia en su trabajo la asimilación del estilo romántico de los valses que frecuentaba con sus maestros Llamozas y Borges, y de otros representantes del repertorio valsístico nacional, rasgos que no le abandonarían en adelante.

Comencé a oír estos valses siendo yo muy joven, interpretados en la guitarra por un gran amigo de mi padre y de nuestra familia, músico de gran estro que dio renombre mundial a la guitarra nuestra: Alirio Díaz, amigo de mi padre desde su adolescencia en Carora, donde compartían inquietudes literarias, humanísticas y musicales con otros intelectuales como Cecilio Zubillaga, Antonio Crespo Meléndez, Alí Lameda, Rodrigo Riera (otro de las grandes guitarristas y compositores nuestros), Luis Beltrán Guerrero, Guillermo Morón y tantos otros. Alirio Díaz, nos brindó por años la calidad de su guitarra en reuniones y fiestas familiares en Barquisimeto, San Felipe, Carora y Caracas, donde podían apreciarse las figuras de notables pintores como Trino Orozco, José Requena y Leopoldo La Madriz, y los músicos populares Martín Jiménez y Pastor Giménez.

Alirio Díaz haría una carrera brillante en Europa, donde llevó siempre en sus repertorios las composiciones de Lauro, emulando a su maestro mediante su espíritu de superación: ambos fueron capaces de poner en alto el nombre de Venezuela en auditorios mundiales. Díaz, además de insigne ejecutante y arreglista, nos legó un conjunto de Ensayos sobre música venezolana que lo acreditan como un significativo intelectual e investigador, además de ser autor de numerosas crónicas y fundador de cátedras guitarrísticas en Europa y América Latina, donde fue constante su talante humanístico.

Decía que las versiones realizadas por Díaz del maestro bolivarense, enriquecen sus melodías no sólo por su virtuosismo y brillante ejecución, sino también por la emoción que les imprime, donde se advierten los rasgos mejores de nuestra compleja identidad criolla-mestiza. Pudiera decirse que los floreos, rasgueos y bordoneos de Lauro conforman un conjunto de arpegios virtuosos en servicio de los arreglos del maestro, vistos como ejercicios de composición, y este dinámico proceso artístico convierte a Lauro en un compositor único en su clase, de muy complejo nivel de ejecución, detalle que ha convertido el conjunto de sus valses en paradigmas internacionales de la literatura guitarrística, llegando sus piezas a formar parte de los repertorios más exigentes de este instrumento, y convirtiéndose en estímulo para numerosas generaciones de guitarristas.

En la década de los años 40 del siglo XX, Lauro desarrolla una actividad didáctica notable. Se dirige a la ciudad de Maracaibo, donde se desempeña como director de la Emisora "Ondas del Lago" y labora como guitarrista, pianista, cantante y arreglista. Precisamente en esta ciudad compone su célebre valse "El Marabino". Al culminar sus estudios de composición en 1947, regresa a Caracas como profesor en varios liceos donde estimula la formación de orfeones en los colegios "Luis Razetti", "Fermín Toro", "Aplicación", "Santiago de León de Caracas" y componiendo himnos para algunos de ellos, a la vez que publica artículos de prensa sobre temas musicales. Lauro es considerado un verdadero pionero en este campo; actividad que luego daría sus frutos en todo el territorio nacional, consiguiendo para ello el apoyo de numerosos músicos.

Justamente, en estos años de actividad en el Orfeón Lamas y en la Escuela Superior de Música, es cuando la versatilidad de Lauro se muestra en toda su posibilidad como ejecutante del piano, el cuatro y la guitarra, arreglista y cantante. Es durante esta década de los 40 cuando nuestro músico tiene contacto con grandes figuras mundiales de la guitarra como Nitzuga "El indio" Mangoré Barrios, Andrés Segovia, Regino Sainz de la Maza o María Luisa Anido, quienes alternaban en sus repertorios compositores clásicos europeos con latinoamericanos. Lauro llegaría a ser el primer guitarrista venezolano en interpretar en su instrumento a autores universales como Bach, Handel, Mozart o Albéniz. Alirio Díaz anota en una de sus crónicas que, cuando Lauro tocaba, se advertía "una tersura tal que las cuerdas del instrumento parecían volverse inmateriales", mientras el ejecutante virtuoso John Williams bautizó al maestro Lauro como "el Strauss de la guitarra".

Lauro acudía a recitales públicos en la radio, y hasta finales de esta década de los 40 fue ejecutante del piano, instrumento que había estudiado con su profesor Salvador Llamozas. En la conocida "Suite venezolana", por ejemplo, se nota su dominio del piano, donde sobresale su virtud en los joropos (como en uno titulado "El cucarachero") donde se confirma este don. En la segunda mitad de esta década de los 40 – y dentro de lo que algunos musicólogos han llamado El Gran Movimiento Musical Venezolano-- es donde Lauro se estrena como compositor orquestal; por ejemplo, en su obra "Cantaclaro", basada en la célebre novela de Rómulo Gallegos, que conquistó el gran Premio Vicente Emilio Sojo en 1948. En ese año, justamente, la situación política era grave. Gallegos había sido designado Presidente de la República, pero fue derrocado por una Junta de Gobierno encabezada por Delgado Chalbaud, al servicio de una dictadura. Lauro, por defender abiertamente a Gallegos, fue enviado a prisión durante un año y la obra no pudo ser estrenada. Ya en 1948 Lauro había escrito una de sus obras maestras, "Pavana al estilo de los vihuelistas" donde parodiaba el estilo musical español del siglo dieciséis, e hizo acopio de una serie de armonías impresionistas, usando contrapuntos, ornamentos y cadencias de aquellos tiempos, y donde por momentos evocaba a músicos como Ravel o Debussy.

Otras obras de estos tiempos son "Sonata" y "Misterio de navidad" esta última un Auto Sacramental para solistas, coro, narrador y orquesta, cuyo texto fue escrito por el historiador venezolano Manuel Alfredo Rodríguez, a quien por cierto tuve el honor de conocer en Caracas, y de tratar cuando presidió el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (Celarg) y de compartir con él en lugares bohemios de Sabana Grande.

A continuación, haré una relación aleatoria de las obras de Lauro, y luego destacaremos a algunas de ellas, a fin de que el lector tenga una idea un poco más completa de su producción musical.

De las obras para orquesta, además de las antes mencionadas, tenemos a "Giros negroides", una Suite Sinfónica en cuatro movimientos que Alirio Díaz ha definido como "un vigoroso lienzo musical de nuestras culturas afroamericanas", y el célebre "Concierto para guitarra y orquesta" que consiste en diálogos de la guitarra con los matices de toda la orquesta, una obra ciertamente ambiciosa; mientras dentro de la forma de la Suite nos encontramos con la obra "Quinteto para instrumentos de viento" donde hallamos una mixtura de elementos venezolanos con armonías del impresionismo y recursos politonales: todo en busca de una personalidad musical propia.

La pasión de Lauro por el valse venezolano lo conduce a un deseo de asimilar el estilo romántico de los antiguos valses que nuestro músico había escuchado con sus maestros Raúl Borges y Salvador Llamozas. En este sentido, es elocuente su valse "Natalia" (dedicado a su hija) que es quizá el valse suyo más conocido e interpretado mundialmente.

También son muy populares las armonizaciones de Lauro en temas como "El totumo de Guarenas" (de Benito Canónico), "Brisas del Torbes" (de Luis Felipe Ramón y Rivera), "Adiós a Ocumare" (de Landaeta), "El papelón" (baile tradicional guayanés), "El seis por derecho al estilo del Alma Llanera" (pieza de complejísima ejecución). En otras, muestra la versatilidad de búsquedas, como "Pavana y Fantasía" (1976) y prosigue con su indagación en nuevos medios artísticos, que le permitirán mostrar y proyectar una imagen rica de nuestra música desde el punto de vista de una cultura profunda. Señalo otras obras suyas. Una para coro a capela: "Cinco madrigales" (1948-1955); una obra para arpa, "Marisela" (1949) y la pieza para piano "Suite venezolana" (1948) antes citada.

De las obras de música de cámara menciono las composiciones "Morenita" (1939), un joropo para voces y guitarra; "Cuarteto para cuerdas" (1946); "Quinteto para instrumentos de viento" (1955); "Pavana y fantasía para guitarra y clavecín" (1976) y otras canciones para órgano y barítono escritas entre 1960 y 1961. También de un modo aleatorio hago una sinopsis de sus composiciones para guitarra: "Quince valses venezolanos" (1936-1970), "Merengue" (1940), "Canciones infantiles y fuga a dos voces" (1944), la ya citada "Pavana al estilo de los vihuelistas" (1948); "Suite Venezuela" (1952), "Sonata" (1952); "Concierto para guitarra y orquesta" (1956); "Variación sobre una canción infantil" (1967), y el "Seis por derecho al estilo del arpa venezolana" (1967). La mayor parte de esta obra guitarrística ha sido publicada por firmas especializadas como Brockmann Van Poppel y la Unión Musical Española.

Durante la década de los años 60, Antonio Lauro continuó con su labor de fundar más organizaciones corales como Los Madrigalistas de Venezuela, para quienes compuso varios arreglos polifónicos, al tiempo que se responsabilizó en conformar otras organizaciones musicales como la Orquesta Sinfónica de Venezuela (en cuyo seno también ejecutó saxofón y percusión); dirigió la Escuela de Música Juan Manuel Olivares y fundó el Trio de Guitarras Raúl Borges; en menor grado, participó en la política como candidato a Diputado por el partido Acción Democrática y por el Partido Revolucionario Nacionalista, pero no resultó electo.

Los detalles de la vida personal de Lauro nos dicen que casó con María Luisa Contreras en Caracas en 1946; tuvo con ella tres hijos: Leonardo Lauro (1947), Natalia (1950) y Luis Augusto. Lauro tuvo activa participación contra la dictadura de Juan Vicente Gómez y años más tarde fue detenido por la Seguridad Nacional en el gobierno de Marcos Pérez Jiménez; fue enviado primero a la Cárcel Modelo y después a la Cárcel de San Juan de los Morros. Compuso allí el "Himno Miliciano" con letra de poeta Manuel Vicente Magallanes. En la cárcel le permiten ocasionalmente tocar la guitarra; allí tras las rejas compone importantes obras suyas. Algunos de los galardones que recibió en vida fueron el Premio Vicente Emilio Sojo (1957), el Premio Nacional de Música en 1965 y el Premio Casa de las Américas en 1978. También fue declarado Hijo Ilustre de su terruño natal, Ciudad Bolívar.

Antonio Lauro fue un hombre tranquilo, serio y sereno, bondadoso y humilde, entregado por entero a su trabajo de humanizar a través de la música y de transferir conocimientos a sus alumnos, de crear valores éticos entre sus amigos y familia, un hombre cuya vida transcurrió con sosiego, esfuerzo y generosidad, con una convicción indeclinable de hacer el bien y de sembrar la belleza en el espíritu de los demás. Su música siempre sublevó mi espíritu y lo condujo a las más bellas y sutiles regiones de la sensibilidad venezolana. Apenas hoy, después de tantos años, pergeño estas humildes líneas en su memoria, en una celebración íntima de su elevada música.



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Gabriel Jiménez Emán

Poeta, novelista, compilador, ensayista, investigador, traductor, antologista

 gjimenezeman@gmail.com

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